Bogotá: un reencuentro
La Feria Internacional del Libro de Bogotá es una experiencia única, especialmente para una persona que, como yo, dejó su tierra atrás y hacía tanto tiempo que no oía ni veía su idioma brotar así, a borbotones. Fue un reencuentro con gente querida, con los libros, con el español y con una ciudad y un país a los que siento muy cercanos.
Aunque la FilBo dura dos semanas, yo pasé apenas tres días visitándola. Fueron días intensos, con una agenda de trabajo exigente y con poco tiempo para hacer otra cosa que pasearme por los pabellones, contactar editoriales (y traerme maravillas para nuestra Caja de Aventuras) y participar en las actividades que me tenían programadas, en alianza con el Festival Blue Metropolis Bleu de Montreal, con Ingrid Bejerman como programadora. A esta edición de la Feria, la número 34, asistieron casi 517.000 visitantes, y contaron con la presencia de más de 500 invitados nacionales e internacionales.
De la enorme exhibición me traigo la confirmación de lo que ya sabía: que Colombia tiene mucho para dar en materia de literatura infantil y juvenil y que las editoriales independientes (esas que me encanta descubrir) están trabajando incansablemente para generar piezas que no sólo son libros exquisitos, sino también objetos que provoca tener. Lo difícil aquí no es encontrar qué traerte, sino no querer traértelo todo. Ya les iremos contando de los descubrimiento que hice y de las nuevas adiciones a nuestra selección de editoriales, autores y títulos.
De las actividades en las que participé me traigo experiencias enriquecedoras a todos los niveles. Como la visita que hice al Colegio José Asunción Silva, para conocer a niños de 10 a 15 años y hablarles de cómo una biblioteca puede ser no sólo el lugar adonde uno va a leer y a enterarse de cosas, sino también a escapar y refugiarse del mundo, que no siempre es un lugar grato para los adolescentes. Al final, los niños me pidieron que les escribiera frases en francés en papelitos y yo pensaba que tal vez esos pequeños mensajes les quedarían como recordatorios de que uno puede ser mucho más que el lugar en el que crece. Ellos van a empezar a armar su biblioteca y el plan es que desde aquí les demos una mano y que esa relación siga nutriéndose en la distancia.
También estuve en una mesa con Emmanuel Neisa, de la Agencia educativa Click-Clack, donde conversamos sobre el potencial que tiene la literatura como agente de cambio, con esa manera única que tiene para abrirnos el mundo, vernos en un espejo y soñar para cambiar nuestro entorno. De allí salieron alianzas muy interesantes, que van a nutrir nuestro trabajo en las comunidades y de las que ya les contaré también más adelante.
Finalmente, tuve la oportunidad de sentarme a conversar con Garry Gottfriedson, poeta y profesor de la Nación Secwepemc y ranchero en Kamploops, en Columbia Británica (Canadá). La experiencia de oír a Garry hablar de la lucha y la resistencia que ha tenido que librar su comunidad para sobrevivir en un entorno más que hostil y del rescate de una lengua que intentaron borrar (y afortunadamente, no lo lograron, como sí pasó con tantas otras), con su voz pausada y dulce y sus palabras contundentes, y con una sonrisa que se le sale del cuerpo, fue algo único y trascendental.
Dije en esa charla, que se llamó En honor a nuestras abuelas (y que pueden ver completa en este enlace), que creo que mi deber como inmigrante es el de ver y escuchar a los indígenas canadienses. Creo que para uno, que llegó a este lugar llamado Canadá voluntariamente y se siente agradecido de estar aquí, es muy difícil entender lo que ellos han pasado (y siguen pasando) en su propia tierra, pero que al menos uno debe intentar abrir sus sentidos para verlo y, sólo así, poder hacer algún dia lo que nos corresponda para contribuir en su proceso de sanación.
Conocer a Garry fue una verdadera experiencia de recibimiento que hoy puedo decir que completa y le da sentido a mi ciudadanía canadiense.
Esta edición de FilBo tuvo como país invitado de honor a Corea, con una delegación de más de 150 personas, entre editores, ilustradores y autores. El pabellón coreano fue una interesantísima oportunidad para dar un vistazo a lo que ese país está haciendo en materia editorial y la exhibición infantil merece un post aparte (que les traeré en la próxima entrega) para mostrarles las maravillas que vimos por allí.
Volver a Bogotá fue una experiencia divina que le dio a todo lo que estamos haciendo por aquí un nuevo sentido y, en cierto modo también, una reafirmación de que vamos por buen camino. Quedo muy agradecida con la gente de la FilBo con el Festival Blue Metropolis Bleu de Montreal y con todas las personas que estuvieron por allí colaborando para hacer de esta experiencia un encuentro que traerá seguramente cosas lindas.